Sobre este blog

En casos extremos algunas almas se pierden durante un tiempo en un estado de coma o estado vegetativo, mundo fascinante y desconocido que me gustaría poder dar a conocer aquí. A través de una historia real, llena de esperanza, y de un libro.
Algunas personas consiguen despertar del coma, otras no. Pero me consta que, independientemente del desenlace, utilizando
el "coma work" que describe el libro, al menos se las puede ir a buscar y llegar a comunicarse con ellas.

sábado, 19 de febrero de 2011

Primer aliado

Ayer estuve con Mirian, tras dos semanas sin verla, en parte por haber estado sufriendo los estragos de una molesta y contagiosa gripe. 

La encontré en su habitación, sola, que es como a mí más me gusta pasar tiempo con ella. Yo nunca sé a priori cuando voy a poder ir, ni a quien me voy a encontrar allí, así que me alegré de que ese día coincidiera así. Ella estaba sentada en su silla de ruedas, frente a una tele encendida. Con aire triste. La saludé y le pregunté si podía apagar la tele para charlar un rato, a lo que me respondió - con un gesto - que sí. Con más gestos me pidió que le recolocara una de sus piernas porque estaba incómoda, y también con gestos que ese día se encontraba regular – nada contenta. Entonces le pregunté que si no pensaba a hablarme con palabras, opción que yo desde luego prefería si para ella era posible. Y haciendo un gran esfuerzo comenzó a tragar saliva, para por fin abrir su boca y decir alto y claro “bueno”. Yo tuve que llevar el peso de la conversación, pero ella al menos cada vez me respondía con palabras. Ante la pregunta de si tenía dolores, dijo que solo en la garganta. Y ante la pregunta de si yo podía hacer algo por ella o si ella tenía alguna pregunta que hacerme a mí, me respondió después de unos cuantos segundos: “querría que me dijeras qué cursos podría hacer yo ahora…”. 

No es nada fácil saber hasta qué punto ella está presente o ausente, a veces ni siquiera sé si realmente  tiene claro con quién habla ni donde está. A ratos divaga y hasta te hace reír con sus ocurrencias, y a veces en cambio es tan directa, sentenciosa  y clara que te sorprende. Creo que ni siquiera su estado de consciencia es siempre el mismo, diría más bien que va cambiando  y que pasa por distintas fases. Yo me limito a intentar seguirla en su conversación, sea cual sea y diga lo que diga, sin olvidar que para ella, lo que vive y dice, es su realidad. Ante mi pregunta “quién es tu enfermera preferida” me dijo “tu”.  Al decirle que yo ni era enfermera ni iba vestida de enfermera, me miró muy fijamente y pareció confundida. Volví al tema que sé que le gusta, la literatura, y le dije que ya que le gustaba escribir por qué no empezaba a intentar escribir algo con un ordenador.  Dijo tan solo “buena idea, puedo hacerlo, pero el ordenador ya lo conozco bien”. También le pregunté que si le gustaba la poesía, y que quién era su poeta favorito, y me dijo “un español que se llama Bécquer”.  Yo comenté que él  escribía mucho sobre el amor y ella sentenció: “si, el amor era muy importante para él”. Luego le pregunté si ella alguna vez había escrito una poesía y me dijo que sí. Le sugerí que si ella quisiera recitármela a mí. me encantaría escucharla y entonces se puso a decir unas cuantas palabras seguidas, que no soy capaz de repetir pero que en efecto sonaban bonitas y rimaban. Poco después me repitió exactamente las mismas palabras. Le pregunté si eso lo había escrito ella para alguien en concreto y me dijo que sí, cuando ella tenía 17 años, para una amiga suya tres años mayor que ella, con la que se carteaba entonces, y de la que me dijo el nombre y la ciudad donde vivía sin dudarlo un instante. Obviamente yo no tengo ni idea de si todo eso era cierto o inventado... 

En eso llegaron su madre y su hermana, que estaban abajo comiendo temprano porque ese día tenían fijada una entrevista con la psicóloga y ya quedaban pocos minutos. Les conté por encima lo que habíamos hablado, pero ellas no conocían a su amiga por ese nombre. También nos reímos todas juntas, Mirian incluida con una mueca que era una amplia sonrisa, al decirles que su “enfermera” preferida - ese día - era yo.
Vinieron entonces a llevarse a Mirian para una terapia y ellas me pidieron contar las últimas novedades. Siempre según su versión, que es la información que yo tengo,  a pesar de la reciente llegada desde Bolivia de su hermana, Mirian seguía desde hacía semanas muy apática, sin querer hacer sus ejercicios y casi sin hablar. Le habían hecho un estudio de la boca (radiografías) para ver por qué no conseguía abrirla del todo, y había una fisura en el maxilar – pero eso no lo acababa de explicar del todo. También habían detectado unos hongos en la garganta, y tenían que seguir haciendo más pruebas con un especialista ORL antes de tomar una decisión al respecto. Mientras, habían ordenado parar completamente los últimos intentos de que empezar a tragar agua. En la última reunión con los médicos,  parece que el ambiente estuvo tenso, pues ellas volvieron a preguntar que cuando iban a llevarse a Mirian al centro de rehabilitación, y que qué esperaban ellos exactamente por parte de Mirian para que eso ocurriera. Parece ser que los médicos ante esa pregunta se enfadaron - sin  ni siquiera dar una respuesta clara.  

En ese momento entró la psicóloga para su cita, que era justamente la misma persona que yo me había encontrado en una visita anterior, y con la que ya había tenido un agradable intercambio mientras ambas esperábamos en el pasillo.  Me propuse para quedarme como traductora durante la reunión si me necesitaban, y ella me dijo que por su parte preferiría - y de hecho ya estaba intentando conseguir-  tener un traductor oficial y “neutro” para el futuro. Pero que estaba de acuerdo - si también lo estaba la familia - en que yo me quedara ese día como traductora. Y me quedé.

Vi en ella a una mujer muy interesada en el caso de Mirian, que acaba de llegar nueva a ese centro y que solo está empezando a ver cómo funciona.  Que ya ha comprendido la angustia, frustración, y falta de comunicación que sufre esta familia. También su difícil situación de pérdida, de desarraigo, agravada por las diferencias de cultura y de idioma. Y que ve un claro problema de comunicación con los médicos, que hay que resolver para poder avanzar, reconociendo a la vez que el carácter  y las maneras del  médico  jefe que trata a Mirian no son precisamente las más adecuadas. Ni con ellas, ni con otras familias, ni con el resto del equipo. Intento comprenderlas, explicarse, y hasta  hubo algunas lágrimas de la familia, en mi opinión más de liberación que de otra cosa, pues por primera vez se sentían escuchadas por alguien del equipo médico. Y yo vi enfrente, por primera vez, a una más que bienvenida aliada, que quiere avanzar, que quiere ayudar, y que va a establecer entrevistas periódicas con la familia y un traductor neutral.  Se anotaron los teléfonos  respectivos  y yo me aseguré de que estaban correctamente anotados – afortunadamente porque no lo estaban – ya que me consta que su majeo del móvil deja mucho que desear. También se anotó el mío, y yo le expliqué más o menos quien era yo y porqué estaba allí. Aunque ella se acordaba perfectamente de mí. Y me puse a su disposición para el futuro - si así ella lo consideraba oportuno.

No quiero hacerme falsas esperanzas, y no sé si ella podrá realmente ayudar a esta gente y a Mirian, ni cómo. Pero sí creo que al menos, por primera vez, una persona del equipo médico, con buena intención y mucha empatía, al menos lo va a intentar. Y eso solo ya es un gran alivio y consuelo.

Sé que parece increíble y hasta absurdo,  pero lo cierto es que a lo largo de esta historia, justo cuando todo parece estar perdido, siempre  aparece de pronto alguien que muestra el camino a seguir o al menos lleva un mapa en la mano. No si…. ¡a ver si ahora va a resultar que realmente existen los ángeles de la guarda – tal y como nos decían nuestras abuelas!

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