Sobre este blog

En casos extremos algunas almas se pierden durante un tiempo en un estado de coma o estado vegetativo, mundo fascinante y desconocido que me gustaría poder dar a conocer aquí. A través de una historia real, llena de esperanza, y de un libro.
Algunas personas consiguen despertar del coma, otras no. Pero me consta que, independientemente del desenlace, utilizando
el "coma work" que describe el libro, al menos se las puede ir a buscar y llegar a comunicarse con ellas.

sábado, 22 de enero de 2011

Primera conversación

Hace dos días visité a Mirian en el hospital donde está ingresada - después de un mes  sin verla y con las vacaciones navideñas de por medio.  Y por fin, pudimos tener nuestra primera conversación con palabras.  

El día empezó bien. Cuando entraba por la puerta de su habitación, la vi sentada en la silla de ruedas,  ya vestida y con zapatos, y ella al verme me hizo un gesto de bienvenida con la mano.  Las enfermeras estaban terminando de prepararla,   y yo me quedé fuera en el pasillo esperando, sin entrar. Poco después llego una mujer con bata blanca, que también se quedó fuera esperando y me preguntó si  yo era de la familia y conocía a Mirian.  Le dije que yo no era de la familia pero que sí conocía a Mirian - aunque solo desde que ocurrió el accidente. Y que desde entonces había seguido su historia muy de cerca y ahora tenía una estrecha relación con ella.

Me contó que ella era psicóloga, que había empezado a tratar a Mirian hacía dos semanas y que estaba allí para su tercera sesión. Comentó que le gustaría mucho hablar con alguien de la familia, pero  que se enfrentaba a la barrera del idioma, que no sabía cómo franquear. Comenzamos a charlar sin más sobre Mirian, de manera natural y con buen rollito. Yo le conté un poco – muy por encima  - lo que yo había vivido y lo que había aprendido sobre el mundo coma a través de Mirian. Me preguntó muchas cosas, anotó los libros y las personas de las que yo le hablé en un papel, y me preguntó si alguien más en el hospital estaba al corriente de todo eso. Le dije que no, que desde el primer momento yo había encontrado bastantes barreras con los médicos,  y que había preferido quedarme al margen para evitar conflictos. Pero que la familia sí que lo estaba y algunas enfermeras también. Y me propuse para hacer traductora en su futuro contacto con la familia. Ella me propuso amablemente cambiar sus planes y volver más tarde a ver a Mirian, para que yo pudiera visitarla con calma - ya que había hecho el esfuerzo de desplazarme hasta allí. En eso salieron las enfermeras,  entramos juntas a la habitación y saludamos a Mirian. Ella le explicó en francés que se iba para volver más tarde para que nosotras pudiéramos disfrutar de la visita. Y se fue sin más, dejándonos solas.

Mirian me dejó boquiabierta, pues según me acerqué a ella se puso a hablarme – clarísimamente. Lo primero que dijo fue “me molestan los zapatos”. Se los quité y entonces me dijo “¿me puedes cortar las uñas?”.  Le corté las uñas y empezamos a charlar.  Le expliqué que estaba pensando en contar su historia en un blog para ayudar a otra gente, y que me gustaría que ella me confirmara con palabras que estaba de acuerdo (ya lo había hecho antes por gestos). También le pedí que me diera permiso para usar su verdadero nombre, proponiéndole la opción de dar uno falso.  Entonces levantó el pulgar hacia arriba y me dijo: “habla con un periódico” – “también  puedes poner Janneth (y lo deletreó J-A-N-N-E-T-H) – yo  me llamo Mirian Janneth.

Y empezamos a hablar sobre muchas cosas. Para mí es difícil juzgar si ya razona bien o no, pues desconozco los detalles de su vida que me permitirían emitir ese juicio. Tenía momentos de gran lucidez, y otros en cambio parecía dudar y divagar. Me contó los países que había visitado, me dijo su edad, el nombre de sus hermanos y sus padres, y hasta me canto una canción de una cantante llamada Janneth.  Estuvo muy charlatana. Me preguntó si yo tenía hijos y le mostré una foto, que miró detenidamente. Para pasar a soltarme a continuación: “tienes mucha suerte – estos niños te protegen”.  Todavía no sé ni por qué no dijo ni lo que quería decir con eso. Luego me pidió agua, le di un vaso, y ella solita lo cogió y se lo bebió, despacito pero entero.  Sin pajita, porque la busqué pero no la encontré. Ahora sé que eso fue irresponsable de mi parte, pero no pensé que hiciera nada malo. Ella se bebió el vaso de agua perfectamente, sin mi ayuda.

Me quedé alucinada. Hablamos de muchas cosas, durante más de una hora. Incluso me contó detalles muy íntimos de su vida que yo no voy a repetir aquí, y que ni siquiera sé si son ciertos o tan solo ensueños de un cerebro dañado tratando de establecer nuevas conexiones. Es claro que su cerebro aun no funciona perfectamente, pero el caso es que ya habla, mucho, con gusto, y que dice cosas muy coherentes - aunque no siempre.  Hasta hace bromas. 

Cuando llegó su madre ya era la hora de comer. Nos bajamos al restaurante y la dejamos sola. Allí le conté todo a la madre, quien me confirmó muchos de los datos que me había dicho Mirian (su edad exacta, los nombres de la familia, lo de Janneth…). Aunque no todos.  También me dijo que según los médicos estaba prohibido darle agua porque se podía ahogar (yo no lo sabía y fui un poco inconsciente al hacerlo). Cuando le conté que Mirian se había bebido un vaso de agua tranquilamente delante de mí se puso muy contenta.  Yo entonces le pedí que preguntara a los médicos en la próxima reunión que cómo y cuándo iba ella a aprender a tragar si no lo intentaba, al menos de vez en cuando y de forma controlada.
Acabamos de comer, subí a despedirme de Mirian, y me fui a buscar a mis hijos al cole con una sonrisa de oreja a oreja. Sonrisa que puedo sentir cómo se me está volviendo a dibujar en la cara según escribo esto…

Y eso que sé de antemano que de mi próxima visita puedo salir triste y/o cabreada.  Esto de los hospitales funciona así. Como la vida misma.

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