Sobre este blog

En casos extremos algunas almas se pierden durante un tiempo en un estado de coma o estado vegetativo, mundo fascinante y desconocido que me gustaría poder dar a conocer aquí. A través de una historia real, llena de esperanza, y de un libro.
Algunas personas consiguen despertar del coma, otras no. Pero me consta que, independientemente del desenlace, utilizando
el "coma work" que describe el libro, al menos se las puede ir a buscar y llegar a comunicarse con ellas.

lunes, 24 de enero de 2011

Historia 1: buscando soluciones, encontrando frustración.

Tras haber descrito  la situación inicial de Mirian y de su familia (ver entrada “Historia. El principio: hechos y  circunstancias”) vuelvo a retomar la historia en ese punto.  

Por aquel entonces yo a Mirian prácticamente ni la veía, casi ni pensaba en ella. Para mí, ya estaba en manos de buenos médicos en un buen hospital, y ahí ya solo cabía esperar. La familia se las arreglaba bien en el entorno hospitalario entre las enfermer@s, los camiller@s y el personal de limpieza del hospital que sí sabía hablar castellano. Además, Rosa iba casi a diario y estaba prácticamente a su disposición a tiempo completo.   

Yo más bien me concentraba en ayudar a la familia, que vivía un calvario, dentro de mis posibilidades.  Enseguida comprendí con cierta frustración que mis posibilidades no eran muchas, pues yo aquí soy una extranjera, me las apaño bien con el francés pero sin dominar el idioma  y mis conocimientos no bastan para ser eficaz en temas jurídicos y administrativos complejos. Tampoco tengo una extensa red de contactos locales de quien tirar. La mayor parte de mis amigos de aquí son físicos o informáticos expatriados, con unas limitaciones en ese mundo muy parecidas a las mías. Yo lo que sí podía esa sacar tiempo para escucharles, servir de traductora, de taxista, de acompañante. Proporcionarles ropa y dinero, invitarles a comer o prestarles algunos libros. Y la verdad, todo eso me parecía insuficiente.  Pero lo que desde luego no podía hacer, con la excusa de que yo no podía hacer nada, era dejarles abandonados a su suerte. El plazo de expiración de la VISA empezaba a acercarse peligrosamente. Y el abogado local que contrataron nada más llegar decía – cuando se conseguía que se pusiera al teléfono que era casi nunca - que ya estaba trabajando en ello, que ya había un procedimiento judicial ya en marcha y que solo había que ser paciente.

A la vuelta de Navidad todo seguía igual. Con una ligera mejoría en Mirian, que seguía en coma pero ya natural  y no inducido, y ya respiraba por sí misma (con traqueotomía).  Sylvie, Rosa y yo comenzamos a formar equipo, y  a reunirnos por las noches en casa de alguna de nosotras para tratar de encontrar soluciones a los problemas logísticos que se planteaban: VISA, alojamiento, dinero para vivir…. Pronto se hizo obvia la necesidad de una especie de asesor jurídico conocedor de leyes, francófono y que trabajara de manera voluntaria para ayudarles. Pero no lo encontrábamos.  Contábamos la historia en nuestro entorno, y todo el mundo se apenaba mucho,  ofrecía su apoyo con palabras o incluso con algo de dinero, pero nadie nos proporcionaba ninguna solución concreta. Hasta nos decían, con todo cariño: “no hay solución sostenible, lo mejor es que se vuelvan a Bolivia y se lleven a Mirian con ella en cuanto se la pueda trasladar”.  Para la familia no era una opción, según ellos en Bolivia nunca podrían conseguir para Mirian los cuidados médicos que estaba recibiendo aquí. 

Comenzamos a dividirnos las tareas y a llamar a muchas puertas: consulado,  diversas  asociaciones humanitarias, servicios sociales. Más de lo mismo: encontramos compasión, congoja, ganas de ayudar, palabras amables, pero pocas soluciones. El hecho de estar entre dos países, donde además  existe esa absurda  rivalidad típica entre vecinos y poca comunicación,  lo complicaba todo. Entre ellos se pasaban la “patata caliente” de un lado al otro y a nosotras se nos duplicaba el trabajo.

Pronto nos dimos cuenta de que tener un pasaporte boliviano sencillamente no da derecho a estar en Europa, ni siquiera en un caso de urgencia y necesidad. El planteamiento es: “ahora estamos en crisis, y no queremos aquí más inmigrantes que  quieran quedarse para trabajar y quitar el trabajo a los de aquí – bastante tenemos con aceptar a los extranjeros europeos por obligación”. Los requisitos para una VISA de entrada son imposibles de conseguir, pues piden o bien un permiso de trabajo, o bien mucho dinero en efectivo bloqueado en una cuenta, o bien una persona que sirva de aval y se responsabilice legalmente de proporcionarles alojamiento y comida y que además se haga cargo de los gastos que se pudieran ocasionar (médicos u otros). Vamos, que si uno de ellos enferma, o tiene o provoca un accidente durante su estancia, el gobierno no quiere pagar un duro. O tira del dinero bloqueado, o se lo cobra al particular responsable. Y digo yo, ¿quién puede asumir semejante responsabilidad, y durante un tiempo ilimitado? El amigo de Rosa que con toda generosidad hizo exactamente eso durante los 3 primeros meses, ya dijo claramente que no podría seguir haciéndolo  una vez que la VISA dejara de ser válida. 

En resumen: en Europa hoy en día, si no eres europeo, o muy rico, estas jodido. Para tener el dinero que te permita alojarte y vivir necesitas trabajar. Para poder trabajar necesitas una VISA. Y para tener VISA necesitas  alojamiento y trabajo, o dinero. Y vuelta a empezar.  

Y así nos íbamos chocando en un muro tras otro. Intentamos que franceses o suizos hicieran una excepción por razones humanitarias, con apoyo del consulado, pero tampoco hubo forma. El consulado boliviano en París (en Suiza ni hay) daba apoyo moral, pero o no supo o no pudo influenciar a los franceses, que quizá sencillamente ni se molestan en escucharles digan lo que digan.  La burocracia es así. Se necesitan reglas y procedimientos bien definidos. Y los procedimientos ya definidos no pueden cambiarse por la gente accesible, aun  suponiendo que quisieran hacerlo. Ante los casos excepcionales, como éste,  no hay manera de encontrar la flexibilidad requerida para solucionar el problema.

Además nosotras no podíamos tomar las decisiones, tan solo transmitir información a la familia, con las traducciones necesarias de por medio, para que ellos decidieran. La calidad y la fluidez de la comunicación siempre sufren en esos casos. Pronto además se hizo evidente el choque cultural: ellos funcionan a otro ritmo más lento, les cuesta más decidir, son mucho más reservados y desconfiados (porque es lo que han necesitado para sobrevivir), y asumen que por defecto  el “dorado europeo” debería proporcionarles lo que en su país no hay y aquí sí, que es dinero, trabajo y cobertura social. Creo que dentro del drama de la situación de Mirian, a la que adoran sin duda ninguna,  ellos ya se empezaban a ver instalándose aquí, trabajando aquí, escolarizando a sus hijos aquí, y construyendo aquí su futuro mientras cuidaban de ella.  Hay que comprenderles: debe ser tremendo el verme a mí pagar, por los tres cafés y dos tartas que nos tomábamos mientras charlábamos en la cafetería del hospital, lo que ellos ganan en un mes de trabajo y además administran con cuidado para dar de comer a toda su familia. Sin hablar de las tremendas diferencias entre los hospitales de aquí y los de allí. 

Pronto empezó a surgir un nuevo problema (éramos pocos y parió la burra)  al entrar en escena la extensa red de inmigrantes ilegales bolivianos que hay viviendo en Ginebra  y que también pretendía ayudar a sus paisanos. Casi todos gente estupenda, valiente, trabajadora, solidaria  y luchadora – y lo digo tras haber tenido el gusto de conocer a algunos. Gente ya muy acostumbrada a ese sin vivir constante de que te pillen y te echen en cualquier momento. De un lado nosotras, unas burguesas acomodadas y con una vida fácil, luchando de un lado por conseguir una solución legal. Por otro lado ellos, mucho más cercanos y hablando su mismo idioma, que les mostraban otros caminos.  Empezaron a surgir desconfianzas, falta de transparencia  y hasta pequeños conflictos, sobre todo con Rosa, que conocía bien los dos mundos al ser emigrante boliviana viviendo en Europa – totalmente legal tras casarse con un europeo hace ya varios años.  Además, al ser  amiga íntima de Mirian, ella tenía el componente emocional de sufrir al verla así, de no poder tomar decisiones  por ella  y de no poder avanzar con soluciones concretas a pesar de todos sus esfuerzos.

La familia olvidaba a veces un detalle importante, que no nos cansábamos de repetirles. Y es que la situación de Mirian no les permitía la opción de quedarse aquí de manera ilegal, pues había un procedimiento jurídico en marcha, que además necesitaba un representante legal a la hora de tomar decisiones por ella. Y si les pillaban en algo ilegal y les echaban del país, no solo era perjudicial para el proceso jurídico sino que encima Mirian se quedaba sola y legalmente desamparada para siempre…  Además, el “dorado europeo” había perdido brillo y ya no era tan reluciente como hace unos años. Y había que empezar a aceptar la realidad y renunciar a él, por muy cerca que pareciera estar.

La frustración que sentimos en esa época fue enorme, las horas pasadas al teléfono innumerables y las noches sin dormir unas cuantas.  Mi hasta entonces afianzada confianza en el género humano empezó a tambalearse seriamente. Al fin y al cabo, un francés bebido al que no juzgo sino compadezco– ¡pobrecillo! – atropelló sin quererlo durante  una noche de juerga a Mirian, en suelo francés. Y nadie se responsabiliza de las consecuencias, o al menos no mientras el procedimiento jurídico en curso, también en Francia, no decida quién debe correr con los gastos. Era obvio que tarde o temprano Mirian y su familia recibirán una indemnización importante de algún seguro, pero los plazos impuestos por el sistema no resolvían el problema actual. También era obvio que los franceses tenían mayor responsabilidad moral que lo suizos, que estaban poniéndolo todo sin tener responsabilidad ninguna.  Lo más razonable – al menos con la perspectiva de largo plazo – nos parecía hacer un último intento con los franceses.

Al final Sylvie, que es francesa, culta, bien educada, bastante lanzada  y proviene de una región cercana a Ginebra, consiguió resolver los dos problemas más inminentes.  Junto con Rosa, y a través de una asociación de víctimas de accidentes de tráfico, logró que un abogado especializado viniera de Paris y se hiciera cargo de romper el contrato anterior para hacer uno nuevo con él. La distancia era un inconveniente, pero al menos quedaba la esperanza de que fuera algo más eficaz que el actual.  El abogado ya dijo claramente que él no podría ocuparse del problema de la VISA, pero sí que haría lo posible porque avanzara el proceso y por conseguir un adelanto de la indemnización lo antes posible.

En paralelo, ya  a la desesperada e in-extremis, Sylvie tiró de lo que por desgracia funciona mejor: sus contactos personales. A través de su suegra, que conocía a ciertos políticos locales personalmente,  y tras muchiiiiisimo papeleo,  logró conmover a un político para intentar conseguir excepcionalmente una VISA francesa para la hermana y su marido. El político movió los hilos necesarios, por razones puramente humanitarias, y funcionó.  Yo misma les lleve en mi coche a la prefectura para recoger sus papeles, y allí nos esperaba la suegra de Sylvie, quien generosa y amablemente nos invitó a comer en su casa a los tres y además nos preparó una comida estupenda. Pero lo que sonaba a victoria, para mí no dejaba de tener ciertos tintes de decepción. Una VISA francesa, si,  pero improrrogable, de solo tres meses, sin derecho a trabajar ni ayuda económica. Desde el mismo día en que les caducaba la otra, hasta 3 meses exactos después, y ni un solo día mas. Y digo yo, ya puestos y después de todo el despliegue, ¿qué les hubiera costado dársela para un año completo?

Aprovecho, para incluir un video grabado en una conferencia de Arcadi Oliveres, economista español y un reconocido activista por la justicia social y la paz.


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