Sobre este blog

En casos extremos algunas almas se pierden durante un tiempo en un estado de coma o estado vegetativo, mundo fascinante y desconocido que me gustaría poder dar a conocer aquí. A través de una historia real, llena de esperanza, y de un libro.
Algunas personas consiguen despertar del coma, otras no. Pero me consta que, independientemente del desenlace, utilizando
el "coma work" que describe el libro, al menos se las puede ir a buscar y llegar a comunicarse con ellas.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Insultos y educación

Hoy hago un nuevo paréntesis. Estos tiempos están muy revueltos y la atención del mundo entre la Libia de Gadafi y el Japón de los japoneses, quienes por cierto están dando ejemplo de saber estar, calma y civismo ante las dificultades. Tampoco hablaré de energía nuclear ni de guerras, ya hay debate suficiente en la calle y en la prensa. Hoy la cosa va de insultos, de niños y de educación. Y es que quizá sea la educación una de las pocas herramientas disponibles para evitar que las almas de nuestros niños – los adultos del futuro - se pierdan.

El otro día recuperé a mis dos hijos del colegio muy alterados por un insulto dirigido a uno de ellos durante el recreo. El insulto en cuestión fue “sale-pauvre-enfant adopté” (en cristiano algo así como “sucio-pobre-niño adoptado”). Sé muy bien que mi hijo no es un angelito, pero aun no he logrado entender lo ocurrido entre ellos para que un niño de tan solo 8 años dijera algo así. En todo caso sí me consta que nada especialmente grave.

Todo esto me lo fueron contando ellos mismos en el trayecto en coche del cole a casa, mientras yo conducía. Por un lado esa circunstancia me impidió abrazarles y consolarles, como me pedía el cuerpo, pero por otro quizá fuera una valiosísima ayuda. La imperiosa necesidad de concentración y atención de todo conductor responsable, obligaron a esa leona que toda madre lleva dentro a calmarse antes de morder, a lamerse sus heridas y las de sus cachorros, y a tratar de quitarle hierro al asunto.

La media hora de trayecto en coche fue movidita. Primero, llegaron las lágrimas. Luego, las palabras: “mamá, eso que me ha dicho me ha hecho mucho daño, me batía muy deprisa el corazón, era como si me hubiera dado un puñetazo”. A continuación,  la venganza: “ya le perdoné que me dijera eso otra vez, pero ya no pienso perdonarle nunca más”  “ah! y no pienso ir a su cumpleaños”.  
Y para terminar el verdadero dolor “es que yo echo mucho de menos a mi otra familia” – “y no sé donde están y porqué yo no puedo estar con ellos”. Yo, con el volante en la mano y muchas ganas de llegar a casa, tuve que improvisar. Les pedí que me insultaran ellos a mí tanto como quisieran - lo cual les encantó puesto que en circunstancias normales lo tienen prohibido. ¿Y a que niño no le fascina lo prohibido? Cuando terminaron de insultarme yo les dije, tranquilamente: “te equivocas, eso no es verdad, y por eso no me duele nada que me lo digas”. “Deberías pensar más bien en que es lo que te pasa a ti para querer hacerme daño sin ninguna razón”. “Eres tú el que haces algo malo al decirme eso, no yo. Pero te perdono porque me da pena que te ocurra y me gustaría ayudarte”.

Creo que no se lo esperaban. Luego les intenté explicar que ellos nunca iban a poder controlar lo que otras personas iban a hacerles o decirles. Pero que en cambio sí tenían todo el poder de controlar la manera en la que ellos lo interpretaban y  lo sentían. No sé si lograron entender algo tan abstracto, pero lo cierto es que se quedaron bastante tranquilos. Claro que quizá esa tranquilidad fue tan solo el gustazo de poder insultar a su madre con toda libertad, aunque fuera por una sola vez!

A continuación llegó la parte más difícil, la del verdadero dolor. Ambos llevan mucho tiempo luchando para intentar integrar el hecho de haber sido abandonados en su infancia, con todas las preguntas sin respuesta que ello conlleva. Yo les dije que entendía que esas palabras les hicieran daño, pero que el motivo era tan solo que ellas habían despertado en ellos algo doloroso y difícil de entender. Y que eso, seguramente, el niño que las dijo no lo sabía, y por tanto no era del todo justo responsabilizarle por ello. Si bien es verdad que ellos son adoptados, eso no es culpa de nadie y sí una realidad que nunca, nadie, va a poder cambiar. Pero el día que ellos lo acepten y no se sientan mal por ello, no les dolerá que se lo digan. Será como si alguien les dijera “eres morena, o alto, o tienes los ojos verdes”. ¿Se enfadarían ellos por eso? Un día ellos aceptaran que ahora sí tienen una familia, que les quiere mucho, y que a lo mejor todo lo que les ha pasado y su adopción no es nada malo sino bueno. Incluso puede que ellos hayan salido - de alguna manera - ganando en el cambio y encima, a nosotros, nos han hecho un regalo. Ese día, igual que sus padres se sienten ya muy orgullosos de ser padres adoptivos, ellos podrán sentirse orgullosos de ser hijos adoptados. Y entonces no les dolerá que les llamen “adoptados”, sea dicho o no como un insulto y/o con intención o no de hacerles daño.

Aun ignoro el auténtico efecto de todo esto. Pero al menos sí pude ver cómo, al llegar a casa, salieron tranquilamente a jugar e hicieron sus deberes. Hasta mi hijo me dijo al acostarse que a ese niño del cole “le va a dar una última oportunidad y le va a perdonar otra vez”. Y es hasta posible que yo, cuando vuelva verle, tenga que agradecerle a ese niño lo que le  ha dicho. Porque en el fondo, nos ha ofrecido a todos una estupenda y única oportunidad de aprender, que al fin y al cabo es de lo que se trata.

Lo realmente preocupante es que esto haya ocurrido en un colegio europeo de educación primaria. Colegio que además es bastante atípico y que ha sido elegido precisamente por eso: pequeño, familiar, con grupos reducidos, educación creativa, atención personalizada, respeto por las diferencias y atención a la calidad de la educación humana y no solo a la académica. Pues bien, en un colegio así, ocurren estas cosas entre niños de esa edad. Y el patio del colegio, que yo recuerdo como un lugar de alegría y diversión, resulta que también puede llegar a ser una jungla amenazante.
 
 
 






Yo hoy me pregunto por qué. ¿Existe realmente la crueldad innata del género humano? ¿Podemos los padres y educadores hacer algo al respecto? ¿Y si es que sí, cómo y cuando? ¿Ocurre lo mismo en los colegios japones? ¿Y enÁfricaYo aun no he logrado encontrar las respuestas, pero sí sigo creyendo, o quizá tan solo queriendo creer, que el ser humano no nace cruel, sino que se hace.

Es justo y necesario que nos preocupemos por el planeta, por la economía, por el hambre, por el clima, por las guerras, por el progreso, por la tecnología, por las catástrofes naturales... Pero puede que, en el fondo, hasta que no logremos cambiar las consciencias individuales, no lograremos cambiar la humanidad.

2 comentarios:

  1. Querida Inma,

    Sigo leyendo con interés tu blog y su tema principal, el coma, pero no me resisto a comentar esta entrada aparte. Primero, decirte que me ha encantado tu reacción y cómo lo cuentas, la metáfora madre leona, la idea de decirles que te insulten, tus palabras de después... Olé. Es muy difícil consolar a un niño al que han insultado por algo que no puede cambiar, mejor dicho, cuando emplean como insulto una característica ajena a la personalidad, por ejemplo. Y es a la vez tan común... Cualquier niño distinto va a sufrir alguna vez a lo largo de su infancia un abuso verbal de ese tipo, sea porque es gordito, tiene gafas o en nuestro caso, porque come cosas distintas y por tanto es raro (celiaco), o no le gusta el fútbol y saca buenas notas y es un friki. Yo, al contrario que tú, y no veas en esto pesimismo en absoluto, sí creo que la crueldad es innata. Aunque no me gusta llamarlo así, pues la crueldad creo que tiene mayor intencionalidad y más conciencia que una reacción de este tipo. El insulto es un mecanismo de ataque de lo más efectivo. Cuando un niño se ve amenazado por alguien (bien porque ha perdido, bien porque necesita reafirmarse) no tiene más que apelar a esa circunstancia que su rival no puede cambiar para dejarlo k.o. y casi siempre además lo consigue... Excepto que los niños a los que sus madres, como tú, como yo, enseñan a darle la vuelta a la tortilla ("sí, soy adoptado, ¿y qué?, "sí, soy friki, ya verás como molo más al final", sí, llevo gafas,¿pasa algo malo?") y a su vez, hacer del insulto un arma nueva, descolocar a ese "enemigo" potencial.
    Yo sabes que tengo dos hijos, niño y niña, y son tan distintos. Con los dos me ha funcionado esta técnica, la pequeña la domina, el mayor no tanto, y ambos lidian con sus compañeros de patio como pueden y saben, porque querida Inma, esto pasa allí, aquí y en Marte, pero es simplemente una enseñanza vital más, un entrenamiento de cara al futuro. Los seres humanos somos grupales, tendemos a favorecer a nuestro círculo e insultar de manera más o menos sutil al resto, toda la vida. A ser posible de manera irracional, que suele ser como más duele.
    La buena noticia es que ese mismo niño que insulta a tu hijo y al mío también -y estoy segura de esto- le tenderá la mano y defenderá si a su vez otro niño de otro colegio o de otro grupo le insulta o agrede, como nosotros echamos pestes de nuestra familia y trabajo y luego la defendemos a capa y espada.
    Sigo leyendo tu experiencia con Mirian, me encanta.

    Un beso,

    Almu

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  2. Gracias Almu, por tu "irresisitible" comentario y por esos elogios no del todo merecidos. Te aseguro que lo que cuento fue una improvisación total!
    Sobre lo innato de la "crueldad" , o como quieras llamarle, no estamos de acuerdo. Quizá si es un mecanismo de defensa, pero entonces ha sido adquirido ante la necesidad de defenderse. Si estamos de acuerdo en lo de la pertenencia al grupo y en su defensa a capa y espada. De nuevo, amenaza y necesidad de defensa van unidas. El día que dejemos de amenazar, o de sentirnos amenazados, no necesitaremos defendernos. Llegará ese día? No lo se, pero yo al menos intento que mis hijos así lo comprendan...
    Gracias por seguirme. Un beso.

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