Hoy alma y cuerpo
me piden un nuevo paréntesis. Como
la última vez, la estrella invitada es la educación. No solo es un tema muy cercano
y presente en mi vida, desde hace tiempo centrada, sobre todo, en educar a mis
dos hijos. Además es un asunto muy candente, pues ahora en España andamos con
recortes, con huelgas y con toda la repercusión mediática que eso conlleva.
Hace unos
días leí este texto de un desconocido,
de esos que te pasan por delante por casualidad y te quedas enganchada leyendo.
Lo cierto es que me sentí muy identificada con él. http://www.mundonuevo.cl/blog/articulos/la-educacion-enferma/
Poco después vi
un vídeo que, como algo curioso, colgó en internet un viejo y querido amigo. Y que a mi me impactó mucho (luego explico el cómo y el porqué). El mismo me
envió un par de días más tarde un bonito artículo del NewYork Times sobre
una experiencia educativa muy interesante: http://www.nytimes.com/2011/09/18/magazine/my-familys-experiment-in-extreme-schooling.html?_r=2&pagewanted=all%3Fsrc%3Dtp&smid=fb-share
Todo eso junto en tan poco tiempo me dio por pensar, y empecé a preguntarme si lo que
realmente necesitaría nuestra educación no sería más bien una
reforma mucho más profunda. Y en cómo conseguirla. Me puse entonces a buscar respuestas en mi propia historia. Muchas veces uno encuentra mejores respuestas mirando en su interior que mirando hacia fuera.
Soy una española casada con un escocés,
trabajando en Suiza y viviendo en Francia. Tenemos dos niños nacidos en
Colombia que llegaron nuestra casa con 2
y 4 años de edad. En aquella época uno aun no hablaba y la otra hablaba poco y
mal. Ambos estaban más aterrorizados que esperanzados ante el brusco cambio de
vida que les esperaba.
Al considerar la
escolarización de los niños, decidimos
no optar por la elitista Escuela Internacional. Sin duda la más cómoda, segura y comprensible
elección de muchos funcionarios internacionales de esta zona. Nosotros, aun optimistas, ignorantes, y confiados en la innata capacidad de los niños por adaptarse y aprender
idiomas, optamos por la normalidad y mayor potencial de integración que ofrecía
la escuela pública local, en el pueblo francés donde vivimos.
Muy pronto
descubrimos con preocupación que nuestros hijos tenían dificultades en su integración
y en su aprendizaje, al menos comparados con otros niños. Sin duda parte de
sus dificultades venían del idioma, que no dominaban. Como cualquier emigrante sabe bien, es muy duro para
cualquiera no entender nada de lo que le cuentan y tener que limitarse a sonreír como respuesta. Pero otra parte de su dificultades venía de su propia
historia personal. Ahora creo que seguramente hubieran tenido dificultades en
cualquier sitio y en cualquier idioma, aunque éstas hubieran sido mucho menores
si hubieran sido escolarizados en su lengua materna (opción inexistente donde
nosotros vivimos). Como casi todos los niños adoptados, sencillamente tienen que
solucionar otros aspectos emocionales pendientes antes de poder abordar lo académico. Sobre todo el
miedo a un nuevo abandono, que les persigue y amenaza como una sombra. Además, su
punto de partida a nivel cognitivo era muy distinto al de los demás niños: al
llegar no sabían ni hablar, ni como coger un lápiz, ni el nombre de los
colores, ni subir escaleras, ni conducir un triciclo, ni bajar por un tobogán…
Necesitaban, sobre todo, tiempo. Esa flexibilidad que les damos a los bebés para comenzar a hablar, o a caminar, o a dejar el pañal, se la quitamos a los niños cuando crecen. Y para muchos adultos hoy en día, si no lees a los 6, y multiplicas a los 8, es que eres tonto sin remedio, o casi.
Nos dimos cuenta
de que, por desgracia, el sistema educativo público francés no podría ayudarles.
Y el riesgo de que les etiquetaran de “tontos” y les dejaran en una esquina sin
ocuparse adecuadamente de ellos, infelices para siempre, era aterrador. La hora de los
deberes era una pesadilla. Empezamos con una serie de terapias: logopedia, ergoterapia,
optometria, psicoterapia, etc. Ni el diagnóstico ni el tratamiento eran claros en ningún lado, exceptuando la ingesta de Ritalina, a lo que nos negamos. Además
de la ya complicada situación en sí, la incertidumbre y la falta de opciones empezaban
a crear tensiones entre nosotros. Nos asustaba haber puesto a nuestros hijos en una situación imposible, y no siempre nos sabíamos poner de acuerdo
sobre el mejor camino a seguir.
Tiramos de internet
para buscar alternativas y al final decidimos cambiarles de colegio, eligiendo una pequeña
escuela privada de Ginebra. La
infraestructura de la escuela era minina y nuestra logística diaria de
transporte muy complicada. Pero al menos nos proponían grupos pequeños y
métodos de enseñanza creativos y personalizados. Las diferencias eran apreciadas
en lugar de criticadas, el trato afectuoso, y los distintos ritmos de cada niño
respetados. Allí se creaban las condiciones para que el potencial natural de
cada niño fuera aprovechado al máximo. A
través de la motivación, se les animaba a pensar por sí mismos en lugar de
proponerles listas de cosas a memorizar para repetir después.
Aquella fue seguramente
una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Hoy los dos son
bilingües, leen y escriben en francés y español, están aprendiendo inglés y alemán, y poco a poco van poniéndose al día
en lo académico, con esfuerzo. Pero sobre todo, se sienten aceptados, queridos y respetados,
tanto en casa como en el cole. Con sus dificultades y con sus diferencias.
La lección que yo
saco de todo ello es que nuestros sistemas educativos están anticuados y
necesitan una reforma profunda. Y que hay una clara necesidad de adaptar los
métodos educativos a los alumnos, teniendo en cuenta su tipo de aprendizaje. O
dicho de otra forma, la manera en que los distintos cerebros obtienen y procesan
información más fácilmente. Ahora se sabe que algunos de nosotros somos visuales (gráficos), otros auditivos (sonido)
y otros kinestésicos (sensaciones.) Pero los métodos de antes, mayoritariamente
auditivos (el profesor dice y el alumno
repite) no se han adaptado a esos otros tipos cognitivos, o si se han adaptado
no ha sido lo suficiente. Y sin esa adaptación en los métodos no se pueden obtener
ni buenos resultados ni evaluaciones
justas. Si tienes la suerte de entrar en el molde previsto, todo va bien. Pero
si te sales de la norma, por las razones que sean, no saben qué hacer contigo y
empiezas a resultar incómodo. O tonto. Y me consta que cada día más niños, por
unas razones o por otras, se están saliendo del molde!
Como ejemplo de
lo que digo me referiré a este vídeo que comentaba antes y que en solo dos minutos y sin sonido,
explica como multiplican los chinos. Lo que propone es un método 100% visual para
multiplicar dos números cualesquiera, en lugar de un método 100% auditivo como es el nuestro. El resultado,
obviamente, es el mismo en ambos métodos.http://www.youtube.com/watch?v=sBkdT9N4Y7w
Durante años, mi
hija (ligeramente disléxica y 100% visual) ha sufrido lo suyo para aprenderse
de memoria las malditas tablas de multiplicación, y además en francés (donde
por cierto en lugar de recitar 2x2=4, 2x3=6,2x4=8…lo dicen al revés 2x2=,3x2=,4x2=…).
Desesperación y lágrimas incluidas cuando, tras mucho esfuerzo para aprendérselas,
constataba como se le olvidaban al poco tiempo. Cuando vi ese video pensé inmediatamente en ella, y al enseñárselo,
se le iluminó la cara. No solo entendió inmediatamente el sentido de la
operación matemática en sí, sino que se aprendió el método en 2 minutos y sin
errores. Yo entonces contacté a la directora de su colegio y, al día siguiente,
ella expuso públicamente el nuevo método ante los demás niños, muy orgullosa.
Ni que decir tiene, los dejó a todos impresionados.
Eso es solo un
ejemplo, y puede que algo tonto. Soy consciente de que una auténtica reforma
del sistema educativo es infinitamente más difícil que eso. Pero yo defiendo que para empezar necesitaríamos más colegios y más profesores que defiendan y utilicen esos métodos. Me consta que ya hay algunos centros así, en varios países,
pero todavía son minoría y siempre privados
- por tanto no al alcance de cualquiera. Y yo creo que el
objetivo final debería ser la integración de esta nueva forma de enseñar en la
educación pública
Por desgracia, a la vez me temo que eso solo no bastaría. Además de escuelas y profesores, también
necesitamos más padres dispuestos a asumir ese riesgo. Por el momento solo algunos locos, o
desesperados, o valientes, o idealistas, o rebeldes, o irresponsables, o quizá todo
ello junto, asumen el riesgo de optar
por algo alternativo y sin resultados probados. Además, siempre queda el
tremendo problema de la integración posterior en el sistema y en la vida real. Los pocos
colegios que aplican hoy esos métodos, si es que están homologados y reconocidos por el estado (que a veces ni eso), suelen ser solo de educación primaria y por tanto no
tienen continuidad.
Claro que pensándolo
mejor, quizá lo que verdaderamente necesitemos sea una sociedad que deje de educar a su niños para competir, para llegar a
ser “el mejor”, el más listo, el que saque mejores notas, vaya a la mejor
Universidad, tenga más títulos y más prestigiosos, y gane más dinero. Una
sociedad que empiece a educar a sus niños con el objetivo de convertirles sencillamente en seres humanos que
desarrollen todo su potencial y encuentren su propio camino. Sea el que
sea.
Nuestra educación
está enferma, si, pero mientras no sane nuestra sociedad, dudo que podamos
hacer mucho por ella.
Por suerte,
parece que ha empezado una época de cambios profundos, que se está generalizando. Ojalá un día no muy lejano, esos métodos educativos
que hoy llamamos alternativos, se conviertan en métodos aceptados y deseados por
todos. Aunque yo ya no lo vea.
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