Al ir a coger mi
coche, se me ha acercado un hombre de mediana edad, educado, hablando en francés
pero con un ligero acento que no he logrado identificar. Diciendo que es fotógrafo profesional y pidiéndome permiso para hacerle un foto a
la guantera de mi coche, donde yo llevo tan solo unos cuantos libros y un
cuaderno de notas.
Sorprendida, pero
sin asomo de desconfianza, he aceptado mientras le preguntaba la razón por la
que quería tomar esa foto. A lo que él
me ha respondido que sencillamente le
parecía interesante. Aunque le he invitado a entrar en el coche, a mi lado, él ha
optado por permanecer de pie en la puerta. Y tras colocar y ordenar los libros
a su gusto (algunos estaban al revés) ha sacado de su coche, aparcado al lado
del mío, una cámara enorme y con aspecto de ser estupenda. Para pasarse a continuación
varios minutos haciendo fotos, desde
distintos ángulos, a una simple guantera de coche llena de libros. Luego me hado las gracias y se largado sin
más. Y yo me he ido tan tranquila, convencida de que me ha dicho la verdad. Y
pensando en lo poco que entiendo yo en el fondo a los artistas, para mi desgracia.
Desde entonces
le he dado a este episodio unas cuantas vueltas en mi cabeza, hasta que me ha surgido la
idea de contarlo aquí. Supongo que si la misma persona me hubiera pedido lo
mismo, pero en otro momento y lugar (por
ejemplo en una autopista), yo hubiera desconfiado y nunca le hubiera dejado
subirse a mi coche. Pero yo salía de una sesión de meditación, estaba en un
parking dentro del CERN, y me sentía
tranquila y en un entorno "seguro" (aunque en realidad las medidas de
seguridad en el CERN no son nada
estrictas). Lo que demuestra la importancia que le damos a cosas externas y
arbitrarias - como el lugar y el momento- y el efecto que éstas tienen en la percepción que nos hacemos de otras
personas y de sus intenciones. Cuando en realidad lo que más afecta a nuestra
interpretación no es el otro, sino el
cómo nos sentimos nosotros.