Hoy alma y cuerpo
me piden un nuevo paréntesis. Como
la última vez, la estrella invitada es la educación. No solo es un tema muy cercano
y presente en mi vida, desde hace tiempo centrada, sobre todo, en educar a mis
dos hijos. Además es un asunto muy candente, pues ahora en España andamos con
recortes, con huelgas y con toda la repercusión mediática que eso conlleva.
Todo eso junto en tan poco tiempo me dio por pensar, y empecé a preguntarme si lo que
realmente necesitaría nuestra educación no sería más bien una
reforma mucho más profunda. Y en cómo conseguirla. Me puse entonces a buscar respuestas en mi propia historia. Muchas veces uno encuentra mejores respuestas mirando en su interior que mirando hacia fuera.
Soy una española casada con un escocés,
trabajando en Suiza y viviendo en Francia. Tenemos dos niños nacidos en
Colombia que llegaron nuestra casa con 2
y 4 años de edad. En aquella época uno aun no hablaba y la otra hablaba poco y
mal. Ambos estaban más aterrorizados que esperanzados ante el brusco cambio de
vida que les esperaba.
Al considerar la
escolarización de los niños, decidimos
no optar por la elitista Escuela Internacional. Sin duda la más cómoda, segura y comprensible
elección de muchos funcionarios internacionales de esta zona. Nosotros, aun optimistas, ignorantes, y confiados en la innata capacidad de los niños por adaptarse y aprender
idiomas, optamos por la normalidad y mayor potencial de integración que ofrecía
la escuela pública local, en el pueblo francés donde vivimos.