El mes de junio llegaba a su fin, y yo seguía con mis solitarias visitas semanales a Mirian, pero sin lograr ver a nadie más. Y por tanto sin tener noticias sobre ella, ni de parte de la familia ni de los médicos. Lo que por un lado me frustraba pero por otro casi hasta me convenía, pues había decidido concentrar mis esfuerzos más en Mirian y menos en lo que había a su alrededor.
Aunque ella seguía reaccionando a mis estímulos en cada visita, lo hacía de una manera cada vez menos obvia y más sutil. Tan solo un día, en el que cogí un instrumento musical que había en su cuarto, seguramente boliviano, y me puse a soplar consiguiendo sacar algún que otro sonido, conseguí una reacción mucho más obvia, inmediata y directa de su parte.
Yo sí seguía en contacto con Ursula y JeanClaude, que me daban consejos a distancia. Sobre todo me pedían que intentara no interpretar. Estar allí, estimular a Mirian, observar sus señales y amplificarlas, sí. Pero sobre todo, no caer en el error de querer interpretarlas. Ante la situación, el bloqueo en la comunicación con el hospital, y lo completo de la agenda de Ursula y mía en esa época (debía ser mitad de Junio y cerca del final de curso escolar), decidimos posponer la organización de su próxima visita hasta septiembre, una vez hubieran pasado las vacaciones de verano y la situación estuviera algo más clara.
Yo empezaba a sentirme cansada, sin ganas, como bloqueada. La perspectiva de unas largas vacaciones con los míos y lejos de esta historia por un tiempo me parecía no solo bienvenida sino necesaria.
Me sentía como si ya estuviera empezando a quemar mi último cartucho.