La tarea era más ardua de lo que parecía. Necesitábamos un alojamiento decente en Francia, gratis o casi, no muy lejos del hospital donde estaba Mirian (en el centro de Ginebra) y con opciones de transporte público. Para 3 meses. Y además había prisa por conseguirlo, pues la VISA suiza llegaba pronto a su fin y debían dejar su alojamiento actual.
Me dijeron que los ayuntamientos franceses disponen de alojamientos sociales que prestan por poco dinero y durante plazos cortos a gente en situación de apuro temporal. Fuimos de puerta en puerta, de ayuntamiento en ayuntamiento, de asistente social en asistente social, hasta descubrir que esa logística sí que existe y además funciona (en honor de los franceses). Pero que hay más demanda que oferta, que el papeleo para conseguirlo es complejo y que además el procedimiento está destinado a franceses que ya están dentro del sistema social (mujeres maltratadas, separaciones, etc.). Nunca jamás iban a considerar como candidatos a unos bolivianos, sin trabajo ni manera de conseguirlo y con una VISA excepcional de solo 3 meses. Las agencias inmobiliarias de alquiler de pisos nos cerraron sus puertas, pues pedían documentos que ellos no tenían (prueba ingresos mensuales, seguro medico, papeles, etc.). Buscamos también hoteles/residencias baratas, que no pidieran muchos detalles, pero lo poco que había en la zona era caro y cutre, aunque la facilidad y flexibilidad para entrar y salir sin más y de un día para otro era bastante conveniente. Eso lo dejamos como solución de urgencia en caso de no encontrar nada mejor. Pronto llegamos a la conclusión de que la única solución posible, una vez más, no iba a llegar del sistema, sino de una persona individual de buena voluntad, que conociendo la situación real de la familia tuviera sitio en su casa y estuviera dispuesto a alojarles en ella a cambio de poco, de nada, o de hacer algún trabajillo. O quizá alguien que fuera propietario de una segunda vivienda, vacía, que podría alquilarle a buen precio sin perder dinero. En esta zona es común que la gente, como inversión, se compre un apartamento y lo alquile. También es común que la gente viaje durante un mes o dos y subalquile su apartamento durante ese tiempo.
Me puse a contactar a conocidos y amigos, pidiéndoles que a su vez pasaran la información a sus contactos. Es casi seguro que durante esa época yo era mono tema y aburría a la gente con mi historia, pero no perdía ocasión de buscar nuevas oportunidades y me resistía a tirar la toalla. Los que tenían apartamentos ya los tenían alquilados, y los que tenían casas grandes y espacio de sobra no se animaban a alojar a una pareja de bolivianos humildes y desconocidos sin dinero, trabajo y con papeles válidos por solo 3 meses. Creo que el miedo a que los 3 meses se convirtieran en más y a meterse en problemas legales paralizó, con razón, a mucha gente de buena voluntad. Al fin y al cabo yo no conocía de casi nada a esa gente, que igual una vez dentro empezaban a traer a sus parientes y luego ya no había manera de echarles.
Y así hasta que Liliane, la mujer que desde hace años me ayuda a mí con la casa y los niños, pero que es mucho más que eso para nosotros y por encima de todo un gran persona, tuvo una excelente idea: me habló una pareja que tiene un apartamento en el pequeño pueblo de montaña - cerca de Ginebra - donde vivimos Sylvie y yo), amueblado pero vacío. Los propietarios no residen ahí, sino en Londres, y las raras veces que vienen lo hacen por periodos de pocos días. Liliane es la que les limpia el apartamento cuando llegan y cuando se van. Me cuenta que los dos son psicólogos, no hablan francés sino inglés, y cuando vienen es para escribir libros y caminar por la montaña. A mí me gustó la idea, era justo lo que yo estaba buscando, y le pedí que me consiguiera, a través de sus vecinos, una dirección de e-mail donde poder contactar con los propietarios. Le costó, pero lo consiguió. Ella estaba al tanto de toda la historia, le preocupaba y me preguntaba con frecuencia.
Ya a la desesperada, y ante la incredulidad y el asombro de los más cercanos y del mío propio, hice algo un tanto osado. Envié un largo e-mail, en inglés, al dueño del apartamento vacío. Disculpándome de antemano por mi descaro, presentándome, explicándole la situación de esta gente a grandes rasgos, y preguntándole que si le importaba prestarles su apartamento, gratis, durante3 meses.
Entonces yo aun no entendía de donde me salía esa energía que me llevaba a seguir luchando por ellos a casi cualquier precio y de casi cualquier forma. Al fin y al cabo eran unos extraños para mí. Parecían buena gente, sí, y estaban sufriendo muchísimo más de lo que se merecían. Pero aunque eran educados y siempre lo agradecían todo con buenas palabras, yo sentía que mantenían una cierta distancia, que se guardaban parte de la información, que eran reservados, desconfiados, y que no siempre respondían con su comportamiento de la manera más natural o lógica para mí. Ellos seguramente seguían pensando en el largo plazo, en instalarse aquí, y no exigían, pero sí esperaban de los demás una solución que no estaba en nuestras manos proporcionales.
A mí aun me seguían llamando “señora Inma“y de usted, por mucho que yo les dijera que me llamaran “Inma” a secas y de tú. Un detalle tonto pero que ilustra el inevitable efecto de esas diferencias culturales tan difíciles de franquear.
Y a pesar de todo seguíamos luchando por ellos, aunque ya por entonces yo empezaba a sentir cómo se iba agotando el combustible y entrando en la reserva…
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